Todos tenemos a nuestros escritores favoritos. En mi caso, y tal vez en el tuyo también, Arturo Pérez-Reverte es uno de mis autores españoles contemporáneos preferidos. Lo es desde hace más de dos décadas, cuando con unos quince años leí El maestro de esgrima. Me pareció maravillosa. Quien sabe, puede que por eso le tenga tanta afición al siglo XIX. Después, mi relación de amor (con algún episodio de odio) con las novelas de Pérez-Reverte se hizo mucho más intensa en 1995, año en el que se publicaba La piel del tambor, en mi opinión, una novela redonda: bien escrita, con un argumento con mucho gancho y que te atrapa desde el principio hasta el final; un buen final, por cierto. Recuerdo una Navidad, en concreto unos días 31 de diciembre y 1 de enero, en los que no podía dejar a Lorenzo Quart, Macarena Brunner, Príamo Ferro, la Niña puñales y Gris Marsala, entre otros personajes inolvidables.
Pues bien, Hombres buenos, su última novela, editada este mismo año por Alfaguara (que te ofrece un pequeño fragmento del libro), merece figurar en el podio de los libros de Arturo Pérez-Reverte. ¿Por qué? Fácil; porque Hombres buenos es un novelón muy bien montado, muy bien escrito y muy entretenido al que no se puede pedir más. Una novela sobresaliente, de cabo a rabo. Ahora lo verás.
Hombres buenos comienza con un duelo. ¿Se puede comenzar mejor una novela ambientada a finales del siglo XVIII que con un duelo en París? Muy buena elección; todo un acierto. Un duelo, además, con suspense porque poco se dice de los contendientes. Se les describe con ese arte que tiene Pérez-Reverte para imprimir rasgos a sus personajes como Velázquez o Goya a los retratos de sus lienzos. Es más, se trata de un duelo ficticio porque, damas y caballeros, Hombres buenos es un juego divertido entre realidad y ficción ya desde su primera página. Un juego doble, por si fuera poco, puesto que, como ya sucediera (entre otras) en La piel del tambor, la narración se desdobla entre presente y pasado.
Quedémonos con el tiempo actual. La narración presente está escrita íntegramente en primera persona. En primerísima persona, más bien, ya que su protagonista es el mismísimo Arturo Pérez-Reverte. Ahora bien, es un Pérez-Reverte cuya última novela publicada hasta la fecha es El bailarín mundano. Y eso, en la vida real, no es cierto... ¿Pero no te suena ese título? Igual has leído El francotirador paciente o El tango de la Guardia Vieja, pero ¿has leído El bailarín mundano? Imposible. Más allá de ser el título del Capítulo 1 de El tango de la Guardia Vieja, El bailarín mundano no existe. Porque el Pérez-Reverte que narra en primera persona Hombres buenos es un personaje de ficción más. Un personaje divertido que nos informa del proceso de documentación que sigue y nos tiene al tanto del proceso creativo literario (ya sean ambos asuntos reales o inventados). ¡Un Pérez-Reverte que recurre al profesor Rico, ya convertido en personaje literario por Javier Marías en Así empieza lo malo! Todo un juego entre académicos. En definitiva, un Pérez-Reverte ficticio pero que comparte algunos datos reales con el verdadero Pérez-Reverte, en especial uno: los dos son académicos (asiento T) de la Lengua.
Precisamente es la condición de académicos lo que permite el salto temporal entre las dos historias. Del Pérez-Reverte ficticio actual a los académicos del siglo XVIII que protagonizan la narración pasada. Porque Hombres buenos es una historia de académicos, actuales y pretéritos, y constituye un homenaje simpático a la Real Academia y su labor. Es en la Academia donde Pérez-Reverte se topa con una primera edición de la Encyclopédie e, interesándose por su origen, tiene la visión de la novela que quiere escribir: la historia de la llegada de la Encyclopédie a la Academia, considerando su inclusión en el difunto Índice de libros prohibidos.
Así llegamos a un jueves de finales del siglo XVIII, en el que los miembros de la Real Academia aprueban comprar una primera edición de la Encyclopédie, encargando a dos académicos la misión de ir a París, comprar la obra y llevarla a Madrid. Los dos académicos que reciben el encargo son Hermógenes Molina, bibliotecario de la institución, y Pedro Zárate, brigadier retirado y autor de un diccionario de términos marinos. Los dos forman una pareja muy singular. Tradicional uno, avanzado el otro. Bonachón y comunicativo uno, reservado y reflexivo el otro (una versión modernizada del Capitán Alatriste). Incluso físicamente es evidente el contraste entre los dos. Casi rozando la contraposición entre el Quijote y Sancho. En todo caso, una pareja de hombres buenos.
No obstante, la decisión de la Academia no cuenta con el respaldo de todos los académicos. El triunfo de la razón que supone la Encyclopédie no es del agrado de todos y algunos tratarán de impedir el éxito de la misión. Las posiciones más conservadoras chocan con los planteamientos de los más ilustrados y renovadores. Este choque de ideas, que se puso de manifiesto de forma más evidente que nunca con la Revolución Francesa (y buena parte del libro transcurre en el París prerrevolucionario), se encuentra presente en toda la novela, como telón de fondo. Tanto en la reacción adversa de los académicos más reacios en Madrid, en las ideas expuestas por varios personajes en París, como en los diálogos entre los dos protagonistas de la aventura. Personalmente, considero que estos diálogos, humorísticos a veces, son uno de los puntos fuertes de la novela.
Una pareja de hombre buenos que deberá afrontar diversas aventuras durante la travesía y estancia en París y que compartirán espacio y tiempo con varios personajes de la época: el Conde de Aranda, por entonces destinado en París como embajador; la bellísima Margot Dancenis, que algo tendrá que ver en el duelo con que se inicia el libro; el abate Bringas, cuya importancia posterior queda meridianamente clara en varias ocasiones; y hombres de letras y ciencias, representando las nuevas ideas.
En este bonito homenaje a estos hombres buenos, Pérez-Reverte se luce, se mueve como pez en el agua en estas aguas convulsas de finales del siglo XVIII y del siglo XIX. Ya sea en Madrid o en París. La ambientación resulta inmejorable, fruto de una labor de documentación ímproba (imagino); una verdadera exhibición que se debe destacar como otro punto fuerte del libro porque la cantidad de detalles es muy enriquecedora. Por si fuera poco, el relato es muy fluido y alterna detalles, sucesos, anécdotas y personajes de manera muy ágil a lo largo de las casi 600 páginas de la novela.
En definitiva, en Hombres buenos, Pérez-Reverte muestra lo mejor de sí mismo y nos ofrece una novela magnífica en la que vas a encontrar unas ideas con mucho fondo, un libro muy bien documentado, una historia muy entretenida y un texto muy bien escrito.
¡No te la puedes perder! ¡Seguro que la disfrutas!
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