Ir al contenido principal

La señorita Hargreaves

La señorita Hargreaves es un libro algo atípico, así que el nombre de la colección en que lo encuadra la preciosista Alba, Rara avis, le viene como anillo al dedo. Escrita en 1940 por Frank Baker, con algo menos de 440 páginas, La señorita Hargreaves es una comedia; se vende como tal. Pero La señorita Hargreaves es algo más; o algo menos. Depende de cómo se mire.



El inicio de La señorita Hargreaves es fantástico. Norman Huntley, aprendiz de organista y aficionado a las mentiras, y su amigo Henry son dos jóvenes ingleses que están de vacaciones en Lusk (supuestamente Irlanda; los principales topónimos de la novela son ficticios). En un día lluvioso, para guarecerse de la lluvia, Henry convence a Norman para entrar, a regañadientes, en una iglesia. Pronto aparece el pastor, quien les muestra la iglesia y sus principales obras de arte en una visita que se hace pesada, pesadísima, insoportable, para Norman. A lo largo de la visita, les muestran un facistol, regalo del antiguo y querido reverendo Archer.
Con esas tres palabras empieza la novela. Porque para amenizar la visita tediosa, Norman no duda en hacerse pasar por conocido del reverendo Archer. Como es demasiado joven para poder ser amigo del reverendo Archer, finge conocerle de oídas, por lo que le ha contado de él su amiga, la señorita Hargreaves, íntima del reverendo. Henry no duda en seguir la broma y, en apenas unos minutos, han creado a la señorita Hargreaves.
Así nace la señorita Hargreaves. Un personaje estrambótico donde los haya. Una anciana emparentada con el Duque de Grosvenor que siempre viaja con sus bastones, ¡con una bañera! (regalo del reverendo Archer precisamente), su cacatúa (Maese Pepusch) y su perra Sarah. Una figura creada en la imaginación de Norman y Henry... ¡que no tardará en hacerse de carne y hueso!
La novela se divide en dos partes. La primera contiene la presentación y la irrupción de la señorita Hargreaves en Cornford, el pueblo catedralicio en el que viven Norman y su familia. Una familia encabezada por su padre, Cornelius, librero, el personaje de la novela. Porque todo lo que se diga de Cornelius Huntley es quedarse corto: es fabuloso, mucho más que la excéntrica Connie Hargreaves. Las apariciones de Cornelius son de lo mejor de la novela.
Más allá de los primeros conflictos que plantea la señorita Hargreaves, hay que reconocer que el libro resulta algo repetitivo. No llega a ser algo grave porque el cambio de la primera parte a la segunda renueva el aire de la novela: en la segunda parte, la señorita Hargreaves se rebela contra Norman y hay algún que otro giro en la trama; lo mejor es que el chiflado padre de Norman gana protagonismo. Este recurso evita que el argumento se haga pesado, hasta que también la segunda parte empieza a dar síntomas de agotamiento y llega el final, muy oportunamente.
Los tiempos están muy logrados porque la historia, al menos la que nos cuenta Frank Baker en la que fue su tercera y más famosa novela. La narración y la estructura lineal del texto son muy sencillas. Frases cortas y sin demasiadas florituras, pero afiladas y mordaces cuando lo requiere la ocasión. Una prosa al servicio de la historia, amena y con un aire gracioso.
Pero… a mí me queda la sensación de que a La señorita Hargreaves le falta algo para ser una novela brillante. Me explico: no es que esté mal escrita; ni muchísimo menos porque está muy bien escrita y hay frases buenísimas. Sin embargo, para mí, la comedia se queda corta. El punto de partida y la idea de la novela están muy bien, pero el desarrollo puede resultar algo anticuado para un lector de hoy en día. ¿Por qué? Porque la señorita Hargreaves es una anciana excéntrica, poco más. Es un personaje que no da más de sí; no da juego para más y no permite que estemos hablando de una novela alocada. ¿Cómo Marjorie, la novia de Norman, puede tener celos de ella? Una creación más joven sí hubiera dado pie a algo más disparatado; una historia totalmente distinta (incluso, de haberlo querido, Baker hubiera podido dar un giro hacia lo terrorífico). Pero no es el caso y la comedia se queda algo deslavazada. Para rematarlo, Frank Baker a ratos huye de lo cómico y nos hace asistir al debate interno de Norman (y a algunos momentos de arrebato) sobre si deshacerse o no de la señorita Hargreaves, a sus remordimientos. Interesante, sí, pero en otro registro, no en el cómico.
Por todo lo anterior, en mi opinión, La señorita Hargreaves no es una comedia al uso. Supera a la pura comedia planteando el conflicto autor-creación; en cambio, en la parte cómica, se queda corta, por debajo de lo que cabría esperar, sobre todo considerando el dispendio que es para el bolsillo (en mi caso, ¡viva la biblioteca municipal!). Posiblemente porque esté algo anticuada. Aun así, ciñéndose a lo que es La señorita Hargreaves y no a lo que podría haber sido (que sería otra historia), es una lectura entretenida, bien escrita y que se lee a gusto.
Tanto si te animas a leerla o ya la has leído, espero tu comentario para saber si te ha pasado lo mismo que a mí y habrías preferido otra señorita Hargreaves más cómica.
¡Un saludo, rubia!



Comentarios