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Los hermanos Burgess

En este año 2018, de la mano de Seix Barral, ha llegado a las librerías la última novela en español de Los hermanos Burgess, una novela escrita en 2013 por Elizabeth Strout (Portland, 1956), si bien ya existió una primera y pequeña edición de bolsillo de Austral en 2015.

La escritora de Maine comenzó a publicar cuentos en el año 1982 en distintas revistas literarias y en 1998 salía a luz su primera novela Amy e Isabelle (en la que estuvo trabajando entre seis y siete años); años después, en 2009, Elizabeth Strout era galardonada con el Premio Pulitzer por Olive Kitteridge. En total, Strout ha publicado un total de seis obras de gran éxito, entre las que se cuentas las aclamadas Me llamo Lucy Barton y Todo es posible.
Jim, Bob y Susan (estos dos últimos gemelos) son los tres hermanos Burgess, cuyas vidas han estado condicionadas por un accidente confuso de su infancia en el que murió su padre; ahora, cuando Zacahary, hijo de Susan, tira una cabeza de cerdo en una mezquita, es un momento en el que Susan necesita la ayuda desesperada de sus hermanos y en el que salen a relucir los aspectos más profundos de la relación que los une. Es esta relación familiar, extensiva a madres, hijos, sobrinos, etc. la que centra buena parte de la atención de la novela, siendo la inmigración el segundo tema que subyace detrás de Los hermanos Burgess.

Junto a los tres protagonistas, verdaderos motores de la novela, los personajes secundarios son igualmente brillantes y dan cabida a un amplio abanico de rasgos humanos. Desde personajes frívolos como la rica y despreocupada Helen, hasta el conmovedor somalí, Abdikarim, un personaje con una historia terrible a sus espaldas y al que Elizabeth Strout reserva un papel determinante en la resolución de la trama.
Los hermanos Burgess constituye una novela cuidada en todos sus detalles y en la que destaca su humanidad, reflejada en unos personajes complejos, con muchas debilidades al descubierto, que evolucionan de una manera inesperada en sus idas y venidas entre su pequeño pueblo natal, Shirley Falls (en Maine, seña de identidad de la propia Strout de sus novelas), y Nueva York.
 

No obstante, cuando el hijo de Susan hizo lo que hizo, cuando la noticia apareció publicada en la prensa, incluso en The New York Times, y también en televisión, dije a mi madre por teléfono:

—Creo que voy a narrar la historia de los hermanos Burgess. —Es una buena historia —convino ella. —La gente dirá que no está bien escribir sobre personas a las que conozco. Mi madre estaba cansada esa noche. Bostezó. —Bueno, no los conoces —dijo—. Nadie conoce nunca a nadie”.
  
Así, con este “Nadie conoce nunca a nadie”, termina un prólogo que nos deja con ganas de meternos de lleno en esta historia donde van apareciendo gran cantidad de temas; desde los más universales a los característicos de estos últimos años: lazos familiares, efectos de aspectos de la infancia sin resolver, maternidad y nido vacío, inmigración, refugiados, xenofobia, miedo al terrorismo islamista, convivencia de religiones, tolerancia, manipulación política, acoso escolar, acoso en el trabajo, reconciliación con el pasado, todo ellos tratados con sutileza y elegancia desde diferentes ángulos. Porque esa pluralidad de voces es uno de los aspectos más destacables de Los hermanos Burgess.

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