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Ávidas pretensiones

Hablar de Fernando Aramburu es hablar de Patria, fenómeno que arrasó en el panorama literario español entre 2017 y 2019. Con todo merecimiento, crítica, boca a oreja y premios (Premio Nacional de Narrativa, Premio Francisco Umbral y Premio Strega, entre otros) convirtieron a Patria y a su autor en referentes de la novela en España. Y antes de Patria, ¿qué?, te preguntarás.

El reconocimiento masivo de Patria le llegó a Fernando Aramburu con su décima novela. De esas nueve novelas previas, todas, excepto una (¿adivinas cuál?), fueron publicadas por Tusquets; como también lo fue Patria y como también lo ha sido su novela posterior, la más controvertida Los vencejos. La única excepción es, tachán, el Premio Biblioteca Breve 2014, concedido por Seix Barral (cambiamos de sello dentro del Grupo Planeta) a Ávidas pretensiones, la novena novela de Fernando Aramburu.



Una confesión: antes de que Patria cayera en mis manos (y tardó un poco, el tema me daba pereza), ya me había topado con Ávidas pretensiones. Casualmente, amenizando una espera en un centro comercial; me llamó la atención la portada (que confiese quien no haya comprado alguna vez un libro por la portada), leí la sinopsis y me pareció que prometía una historia entretenida, tirando a cómica, una especie de parodia apetecible para algún momento en el que uno necesita una lectura agradable y fácil. Pero el reloj, imperturbable, volador, me llevó a salir escopetado para no acabar llegando tarde (muy propio de mi, esperar para hacer esperar) y la mala memoria hizo el resto durante años. Hasta que la casualidad quiso que me topase con él buscando novelas en la biblioteca de la universidad hace unas semanas. Y necesitado, como andaba, de algo agradable... ya se sabe, la ocasión la pinta calva.

La trama de Ávidas pretensiones es sencilla: un grupo de poetas (la poetada, como diría el narrador, que así se las gasta) asiste a unas jornadas literarias en un convento en un pueblo en medio de la nada (perdón, la España vaciada). Un escenario perfecto para poner a desfilar a personajes de lo más variopinto, confrontarlos y dejar que la naturaleza humana se desate. Espacio, geográfico y espacial, cerrados; ya solo falta el lápiz-bisturí, señor escritor, para jugar con los persones, diseccionar al ser humano y jugar con las palabras.

Veamos, la poetada combina sujetos de todo tipo y condición. Tal vez con algo de conocimiento (e interés) puedan identificarse poetas reales. No lo sé, no me he detenido en ello por falta de interés propio y conocimiento (la poesía, esa gran desconocida). Entre los asistentes a las jornadas predominan los hombres, con algunas excepciones femeninas (descarta la cuestión de cuota, como llega a decir alguna protagonista; las mujeres son necesarias para el desarrollo de la trama). En general, podría decirse que la caracterización es cómica, pero también hay historias tristes. Lo tragicómico abunda. Tenemos personajes de todo tipo y condición, un buen catálogo para dar juego a la historia: algunos consagrados, algunos con mucho ego, algunos veteranos, algunos jóvenes. Nuestros poetas actúan como tales, esto es, escritores que defienden con mayor o menor interés (o desgana, de todo hay), su obra y corriente artística; pero son, sobre todo, poetas detrás de los que hay personas que obran como todo hijo de vecino, con sus filias, fobias, rencillas, pactos (yo te voto a ti, tú me votas a mí), egos, chanchullos, estupideces, etc. Algo de todo esto encontramos en Ávidas pretensiones. Si alguien tenía a los poetas en un pedestal, en una especie de nube o limbo más allá del mundo terrenal, que deseche ya la idea porque nuestros protagonistas son de carne y hueso (sobre todo de carne). Porque, sin duda, es esa humanización de la poetada, llevada hasta excesos a veces escatológicos, una de las características más destacadas de Ávidas pretensiones.

En cuanto al estilo, narrada en tercera persona, con un lenguaje nada casualmente ampuloso ya desde su título, la novela va siguiendo los pasos de los distintos poetas (de los más relevantes) durante las jornadas. En cada capítulo, todos breves, el narrador sigue a unos poetas determinados (lo que justifica los pequeños saltos atrás en el tiempo con el que comienzan los capítulos que narran sucesos simultáneos de las jornadas). La narración es fluida, pero también florida y artificial; me ha parecido acertada (de hecho, es una pura exhibición estilística, muy lograda), dada la actividad de los personajes, aunque también reconozco que, sobre todo en las primeras páginas, me ha resultado un poco cargante y me echó algo para atrás.

La parodia resulta mordaz y está plagada de ocurrencias que hacen que cada uno de los tres días de las jornadas no resulte repetitivo.

En definitiva, sí, como había intuido en su momento, Ávidas pretensiones incluye una historia entretenida, tirando a cómica, una especie de parodia apetecible para algún momento en el que uno necesita una lectura agradable. Un entretenimiento. Sí, pero dos años después llegaría Patria. Y eso ya son palabras mayores.






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